El Mercado de las Lonas; la modernidad mal entendida en el corazón de Pátzcuaro

Por Marco Aguilar

Las imágenes no mienten.
A menos de tres meses de su inauguración, el nuevo mercado municipal de Pátzcuaro está envuelto —literalmente— en lonas. Lonas que cuelgan por los costados, cubren accesos, protegen pasillos y bloquean el sol que nunca debió filtrarse de ese modo. Lonas improvisadas, mal atadas, onduladas por el viento o empapadas tras cada aguacero. Lonas como síntoma de una obra fracasada. Lonas como metáfora de una planeación deficiente, de un diseño incapaz de entender el clima, la función y la tradición arquitectónica del lugar.
Este mercado, promovido por la Secretaría de Desarrollo Urbano y Movilidad de Michoacán (SEDUM) y ejecutado bajo la responsabilidad directa de la arquitecta Gladyz Butanda, exhibe hoy las consecuencias de haber confundido lo moderno con lo inútil. Su diseño, más cercano a un centro comercial estandarizado que a una plaza de abasto en una ciudad con profunda historia urbana, falla en lo esencial: proteger del agua y del sol, permitir una ventilación adecuada, generar confort térmico y dignificar el comercio popular.

La instalación de lonas no forma parte del proyecto original.
Es una respuesta urgente, casi desesperada, por parte de los locatarios para hacer funcional lo que la arquitectura ignoró. El supuesto “mercado moderno” necesita ser remendado como una tienda de campaña rota. La ironía no puede ser más amarga: millones de pesos en inversión pública para terminar dependiendo de toldos baratos y temporales, en una ciudad donde las cubiertas de teja, los portales y los patios coloniales han resistido siglos con mayor inteligencia climática.

La negligencia técnica se suma a una ceguera cultural.
En lugar de dialogar con el paisaje, el nuevo mercado irrumpe. En lugar de aprender de la historia, impone un modelo ajeno. En lugar de resolver problemas, crea otros nuevos.
Y mientras tanto, los comerciantes —esos a quienes supuestamente se debía beneficiar— se las arreglan con lo que tienen a la mano: cuerdas, lonas y paciencia.

Cierre reflexivo: ¿Y ahora qué?
En el fondo, lo que nos muestran estas lonas no es sólo una falla técnica, sino un vacío ético. ¿Quién evalúa el impacto real de estas intervenciones? ¿Quién responde por las decisiones tomadas desde la soberbia de los despachos? ¿Dónde quedó el respeto por la inteligencia constructiva de la arquitectura vernácula, por el clima local, por la dignidad de los usuarios?
Un mercado es mucho más que una estructura. Es un centro de vida cotidiana, de economía popular, de convivencia y memoria. Fallar ahí no es menor. Afecta directamente a la comunidad.
Pátzcuaro merece algo mejor. Pero mientras tanto, ahí están las lonas, recordándonos que no hay arquitectura sin sentido común… ni planeación sin responsabilidad pública.
